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Una vida para desaprender

Desde pequeños nos enseñan a depender de nuestros padres, de la familia, de nuestros profesores, de un salario, de nuestro entorno, y así sucesivamente. La mayoría de las herramientas que nos enseñan en el colegio y hasta en la universidad se quedan cortas al momento de tenernos que enfrentar a la vida real y es porque más allá del conocimiento teórico necesitamos habilidades prácticas para enfrentar los diferentes desafíos que la realidad trae consigo.

Entre más tiempo pasa se van sumando más responsabilidades a la ecuación y con ellas se va esfumando nuestra capacidad de ser genuinamente libres y auténticos. Por ejemplo: Al trabajar para esta compañía ya no puedo expresar abiertamente lo que opino al respecto de un cliente porque puedo poner en riesgo mi trabajo y dependo de esa remuneración. Nos quedamos enredados en un juego donde decimos lo que creemos que otros quieren escuchar y en el camino nos quedamos sin criterio y silenciamos nuestra propia voz, convirtiéndonos en uno más de la misma legión de seres frustrados y auto-anulados por nuestra dinámica social.

La diplomacia, la “educación”, la pertinencia, ser políticamente correcto entre otros traen consigo una carga que homogeneiza la forma en la que nos expresamos limitando el pensamiento crítico, nuestra objetividad y por ende nuestra creatividad y el ejercicio de expresar lo que sentimos y pensamos sin filtros, sin temores que es el que no solo tiene un efecto terapéutico sino también es un ejercicio que potencia nuestro crecimiento y desarrollo como personas.

El poder liberador de la independencia se aprende en la escuela de la vida porque aprender a tomar nuestras propias decisiones, hacernos preguntas y entender las consecuencias de nuestros actos solo puede aprenderse a través de la experiencia. Para encontrarnos como personas debemos pensar por nosotros mismos no como la sociedad espera que lo hagamos. Eso es un verdadero acto de empoderamiento.

Huir de los consejos sensatos, arriesgar lo seguro por lo incierto, conversar con extraños, enfrentar los miedos, dejar de ser esclavos del hábito para recorrer nuevos caminos que nos lleven a lugares inesperados. Así se viven las experiencias más enriquecedoras de nuestra existencia así se desafía la muerte en vida, no nos quedarse en la zona del “todo” sin salir explorar la “nada” pues se pierde toda perspectiva.

Lo más difícil de encontrar hoy en día es gente auténtica, capaz de desafiar los códigos sociales y sobre todo capaz de desaprender para ya no buscar únicamente conectar con la sociedad sino con su propio ser. Pues al final somos personas/individuos y eso ya tiene consigo una carga diferenciadora que hay que descubrir y potenciar.

Natalia Jiménez Aristizabal,  mayo 2019 –  © Mozzafiato

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