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El amor verdadero no se desliza en días de lluvia

Juan Pablo tocó el timbre por segunda vez un poco preocupado. Las luces estaban encendidas en el interior de la casa de Alba Nelly pero ella no abría la puerta. Él estaba tratando de llamarla por teléfono, cuando ella abrió la puerta.
Salió con una camisa larga y las piernas desnudas. También, tenía la expresión de quien es sorprendido haciendo algo que no quiere revelar.
—Buenas noches Albita hermosa, tomé una copia de la llave, yo no quería despertarte mañana temprano y luego ves cómo llueve.
—Sí, la lluvia mi pesadilla —dijo Alba—.Gracias, tu eres siempre muy amable.
Al darse cuenta de que la lluvia era en realidad fuerte, lo invitó a entrar, pero con la expresión de aquellos que prefieren no hacerlo.
Juan Pablo se sentó en el sofá, pero en ese momento, se escucharon ruidos y una voz que venía de la habitación preguntando:
—Mi amor ¿Quién es tu amigo?
La voz era de un hombre con acento extranjero. Alba quería hundirse en un agujero enorme y profundo. Juan Pablo quedó paralizado en el sofá, ni siquiera podía mover un dedo.
Thierry salió de la habitación con sólo una toalla que cubría sus partes íntimas, y con simplicidad se presentó a Juan Diego:
—Mucho gusto, yo soy Thierry y usted tiene que ser Juan Pablo, el amigo de Alba. Ella me habló mucho de usted.
Para Juan Pablo fue una especie de choque que lo despertó. Apretó la mano extendida de Thierry y se dirigió hacia Alba. Tenía en la cara una galaxia de sentimientos, decepción, desaliento, consternación, pero la mayor parte era dolor.
—Perdona la intrusión y acepta mi arrepentimiento. Hasta luego.
Con esta frase, Juan Pablo se despidió de Alba y salió casi corriendo. Alba sintió que su estómago y su corazón se unían para convertirse en un mismo órgano.
Un órgano que se vuelve inmóvil, que te bloquea el aliento y abres la boca tratando de tomar un poco de aire. Tartamudeando y con una voz débil dijo:
—Juan Pablo, espera.
Pero él ya se había ido. Alba casi cojeando hasta al sofá, se botó por completo. De pronto, a su mente acudieron recuerdos, pensamientos, miedos, incertidumbres, esperanzas, pero sobre todo confusión.
—Monita, acuérdate nunca agacharte para conseguir un hombre.
Le repetía su abuela cuando ella era una niña.
Alba siempre había vivido en el campo con su familia y también con los dos abuelos maternos. El padre había muerto una noche que hubo una tremenda tormenta, mientras intentaba salvar a una vaca que había caído en el río.
Se deslizó en el barro, cayó al agua y se ahogó. Alba no podía olvidar aquella noche, los gritos de desesperación y dolor de su madre, y ella que se aferraba a la pierna de la abuela.
Más tarde, durante la adolescencia, en una noche de lluvia se deslizó y se rompió el brazo. Allí empezó su fobia a la lluvia. Alba creció y se convirtió en una hermosa rubia y con un elegante porte. Caminaba con la frente alta y los ojos límpidos.
Por esta razón, la abuela quería un hombre alto y con una buena postura para su nieta. Repetía la misma frase para recordarle a Alba ambos consejos: no agacharse nunca para conquistar un hombre, y también, que un hombre más pequeño que una mujer, no sólo era estéticamente feo, sino que desde el punto de vista de pareja era equivocado. Una energía diferente. Dos mundos que nunca se podrían unir.
—Monita acuérdate de nunca agacharte para conseguir un hombre.
Una noche, cuando la amistad con Juan Pablo se estaba convirtiendo en algo más serio, salió con Mariela, su mejor amiga, a tomar una copa juntas. Mariela le dijo:
— ¿Sabes Alba? Nuestra amistad tiene una huella de noble verdad. Y yo no puedo aguantarme para decirte lo que pienso respecto a Juan Pablo. Es un hombre valiente, un caballero, un hombre respetuoso. Pero no es para ti. Es una lástima decirte esto. Parece un enano cerca de ti. Los dos se ven muy feos juntos. Tú mereces un hombre con otra imagen: alto y musculoso, que te pueda llevar en sus brazos. No todos los hombres guapos son tontos o groseros.
Incluso, su prima Lina María una noche mientras veían la televisión, dijo casi con un tono de reproche:
—¿Cómo se te ocurre darte besitos con ese sapo en los centros comerciales? La única que va a perder eres tú. Perderás tu elegancia, tu sobriedad, tu misterio. Todo se cae en un segundo. Le puedes dar uno, cien, mil besos de los pies hasta la cabeza, pero Juan Pablo siempre será un sapo, nunca se transformará en un príncipe. Siento lastimarte, pero por lo menos un día no vas a decirme que no te he dicho lo que sentía.
Estas consideraciones con las palabras antiguas y sabias de su abuela, llevaron a Alba a aceptar el cortejo de Thierry, un hombre con encanto europeo y francés, culto, con un físico de atleta y especialmente más alto que ella.
Acostada en el sofá, cerró los ojos por un momento con la esperanza de que tal vez lo que había sucedido era solo un mal sueño, con la esperanza de que Thierry dejara de preguntarle qué había pasado y si estaba enferma.
“Comportarme así con una persona como Juan Pablo¡Qué vergüenza! Él no se lo merecía. No debí abrir la puerta. Pero las luces estaban encendidas”.
—¿Por qué?— se preguntó— ¿Por qué yo? Juan Pablo no se ha equivocado de esa forma conmigo. Siempre me ha amado sin pedir nada.
Abrió los ojos repentinamente, sabiendo qué hacer. Se vistió rápidamente y salió sin el paraguas corriendo bajo la lluvia, a la que siempre le había tenido miedo. Mientras corría, el corazón le latía con fuerza por el miedo a la lluvia y el esfuerzo físico, pero llevaba dentro la certeza de hacer lo correcto.
Llegó jadeante a la casa de Juan Pablo y no levantó el dedo del timbre hasta que él abrió la puerta. Toda mojada y cansada, no sabía qué decir. Juan Pablo sorprendido, le preguntó:
— ¿Cómo lo hiciste con la lluvia? —y añadió—¡No, te resbalaste!
—Solo quería decirte que el verdadero amor no se desliza en días de lluvia.
Y se agachó para besarlo. Y sintió que estaba subiendo al cielo.

Baldassarre Aufiero, Armenia (Colombia) julio 2013 -Mozzafiato Copyright

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